Oaxaca, Andriacci y Leovigildo
Me da pena decir que a mis 30 años no había puesto pie en Oaxaca, pero como nunca es tarde y siempre hay una primera ves para todo, un cumpleaños fue la escusa para visitar esta ciudad.
Llegué un viernes por la noche acarreando una cruda de Chinchón dulce. Al día siguiente pensaba caminar por la ciudad, visitar los museos y las galerías, la casa del mezcal, y otras recomendaciones que me habían hecho varios conocedores. Sin embargo, me ganó la curiosidad y acompañé a una pareja de amigos a visitar la casa de una galerista local. La pareja en cuestión estaba interesada en adquirir un cuadro de una chica que pintaba pájaros y árboles desojándose, sin embargo, me llevaron a mi para tener una segunda opinión a lo que yo con toda sinceridad les dije que no sabía de "maestros oaxaqueños" que simplemente daría mi opinión personal basándome en lo poco que sé, a lo que ellos sin dudarlo accedieron. Después de una hora, una agua de limón y varios argumentos, la pareja se decidió por comprar una pintura de Andriacci. Entre colores, piñatas, caras de niños al estilo Tamayo, y la técnica mixta de arenas con oleo, los señores terminaron convencidos de que el cuadro "se va ver bonito encima de la chimenea de la casa de San Antonio" y lo adquirieron por una cantidad justa. Mientras todo esto pasaba, yo trataba de entender por qué esa fascinación por la pintura oaxaqueña, por qué a estas personas no les llamaba la atención el arte contemporáneo. También me trataba de imaginar como era su casa. Por medio de varios comentarios me di cuenta que era grande y de techos altos y que a su dueña, no le agradaban los cuadros chiquitos.
Después de la compra, la galerista y su hija muy amablemente nos depositaron en el hotel boutique La Catrina que era sede del cumpleaños y donde se hospedaban los invitados. Dejaron su cuadro, y nos fuimos a comer a los Pacos, un restaurante de moles que no me dejó muy impresionada, pero que al parecer es uno de los mejores.
Y de ahí ya me dispuse a caminar por Santo Domingo, el zócalo, y las diferentes callecitas de esta no tan rústica ciudad.
El festejo transcurrió sin problemas. Yo no entendía que hacía rodeada de parejas de cincuenta y tantos. Me sentía un poco rara, pues mi pareja era mi madre y lo que teníamos en común con los demás, a parte de la relación con la cumpleañera era que eramos de Monterrey (ejem..de San Pedro). Varios de los maridos se levantaron a cantar acompañados de un tecladista mediocre, pero sorprendieron con sus dotes cómico-musicales. Hasta se compraron un cancionero de dos tomos! Justo en ese momento me di cuenta de que para disfrutar de la música y de la noche, no hay edad. Que estos señores estaban en su segundo aire, gozando de la vida, los viajes y los amigos (y el arte oaxaqueño).
Al día siguiente, me quedé sola. Mi madre se tuvo que ir y debido a esto mi curiosidad me unió de nuevo con la pareja de "coleccionistas". Fuimos a visitar al maestro Leovigildo. Al parecer este hombre es bastante famoso entre los regios. Sus pinturas son de gran formato y están hechas también a base de oleo, arena y pigmentos naturales. En ellos muestra a varios personajes congregados en un mismo espacio como si estuvieran en una fiesta o una procesión. Los estampados de sus ropas son lo que distinguen a Leovigildo ya que son de su propia creación y llevan tiempo para ser pintados por que son super detallados (y podría hacerle la competencia a Pineda Covalín). Esta onda "mexican curious" que podrías ver en cualquier restaurante mexicano en estados unidos o europa en alguna de las paredes principales. Al entrar al zaguán de su casa me di cuenta que era grande. Las paredes exteriores estaban pintadas de un azúl celeste fuerte y los marcos de las ventanas de blanco. Nos recibió un ayudante de Leovigildo quien nos indicó que el maestro estaba en su oficina. Al llegar a esta, lo vimos sentado en su escritorio del cual nunca se paró. Entre comentario y comentario nombró a varia gente de la alta socidad regia entre sus compradores, lo cual ayudó para que mis amigos cerraran el trato. Alrededor de nosotros había bastidores de muchos tamaños. Unos terminados y otros a medias, también vi un borrego disecado, un perro golden amarrado a una cama, oleos, dibujos, acuarelas, y una escultura de Botero. Nos ofreció de comer unos tamales de mole deliciosos, a parte de que le regaló a mis amigos 5 kilos de un mole especial y 6 botellas de mezcal que según él eran "mejor que el cognac". Después de un rato de convivir, cerraron el trato, bajo la condición de que al cuadro le pusieran "muchas máscaras y fantasía". Y entonces nos marchamos con la panza llena y el corazón contento por la compra.
Yo a pesar de estas dos visitas, lo único que me convenció fue que cada quien tiene sus gustos y que muchas veces el arte se mueve en las esferas sociales por quien le compra a quien. Lo que me gustaría saber es quién comenzó el Leovigildo trend?
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